Criar a un niño es uno de las tareas más apasionantes de la vida pero a la vez de las más difíciles y en ocasiones puede ser realmente agotador, ¿te has parado a pensar en cómo te sientes?
Antes de llegar a la maternidad y paternidad solemos tener una imagen bastante idílica en la cabeza sobre cómo vamos a desarrollar nuestra labor, la mayoría de las veces pensamos que tenemos las cosas muy claras y que no vamos a “malcriar” ni dejar que los niños “nos cojan la medida”, pero la realidad suele romper nuestros esquemas en pedazos.
Si a nosotros mismos siendo adultos a veces nos cuesta manejar nuestras emociones, ¿por qué ponemos las expectativas tan altas a los niños?
En esta locura de vida que llevamos en la que vamos con prisa a todas partes la mayoría de días llegamos demasiado cansados al momento más importante, que es compartir un tiempo de calidad en familia. Muchas veces se reduce al baño-cena-y-cuento y si llegamos ya con los nervios a flor de piel por haber tenido un mal día en el trabajo, o si en casa hay más de un peque y se juntan las etapas de rabietas y celos tenemos todas las papeletas para que nos toque “el premio gordo” por la noche, y a veces terminamos tirando por el camino más corto y dejando escapar algún grito precisamente a las personas que más queremos.
Todos vivimos épocas de estrés o desgaste emocional que nos hacen sentirnos sin fuerzas o algo desbordados y al final terminamos sintiéndonos culpables por llegar a todo y tener la familia feliz de las series de tv o la que parece que tiene el vecino, ¡pero somos humanos! Si somos capaces de reconocer que ciertas situaciones de convivencia con nuestros hijos no nos gustan o se nos van de las manos ya hemos dado el primer paso para el cambio.
A partir de ahí hemos de respirar y perdonarnos y confiar en que nuestro día a día en la familia puede ser realmente diferente si estamos dispuestos a poner de nuestra parte: la Inteligencia Emocional puede ser nuestra gran aliada.
Aquí te proponemos algunos de esos pequeños cambios con los que comenzar:
1.- Anticipa las situaciones críticas. A veces es fácil prevenir el que aparezca una rabieta. Una sala de espera, una cola en el supermercado o la hora de volver a casa después del parque pueden ser situaciones que no gusten a tus hijos y les haga ponerse nerviosos o tambalear su autocontrol. Lleva siempre un cuento o juguete pequeñito en el bolso para entretener, utiliza tu imaginación y explícale cuándo hay una transición de una actividad a otra, (“vamos al parque hasta las 19 para que luego nos de tiempo a disfrutar del baño).
2.- Fomenta la autonomía de tus hijos. Hacer las cosas por sí mismos les encanta, les ayuda a desarrollar su automotivación y todo fluye mejor en la familia. Esto es una de las áreas que más se propensa en la Filosofía Montessori y es fantástico ver la cantidad de cosas que pueden hacer los pequeños si confiamos en ellos y les proporcionamos un ambiente adecuado. Después del baño puedes por ejemplo dejar que se pongan el pijama solitos y ayuden a preparar la cena, será muy divertido para ellos y cada día sentirás que tienes unos minutos para ti.
3.- Establece muy pocos límites pero claros. Básicamente, no se pueden hacer daño a sí mismos ni hacérselo a los demás. Por ejemplo, cuando son pequeños no entienden el concepto de compartir, pero esto no debe derivar en pegar o gritar a otro niño. Respétale y ayúdale a aprender cómo funcionan las relaciones sociales, otra de las habilidades de la Inteligencia Emocional. Con tu compañía y cariño todo será más fácil de entender.
4.- Habla de las emociones y ponles nombre: tanto las tuyas como las suyas. Poco a poco irán comprendiendo de qué se tratan e irán desarrollando la conciencia de sí mismos. Si desde pequeñitos fomentamos su autoestima y propiciamos un espacio para hablar de los sentimientos podríamos ahorrarnos muchos de los problemas que aparecen en la adolescencia o incluso en la vida adulta.
5.- Ponte “en sus zapatos”. La empatía es una de las cualidades más importantes de la Inteligencia Emocional y nunca es tarde para aprenderla. Cuando un niño llora tiene una necesidad que necesita ser atendida, a veces puede ser sólo emocional pero el sentirse querido es tan importante como el comer. Su mente está conociendo el mundo y aprendiendo a vivir en él, y en realidad no tiene las habilidades para manipularnos como muchas veces se dice algunas personas creen de verdad.
Recuerda ante todo que los niños no son “adultos en pequeñito”, son “seres humanos en construcción”, y por tanto no tienen las mismas capacidades que nosotros y debemos tenerlo presente en nuestro día a día.
Imagen cortesía de Flickr
Hay mucho por descubrir en este mundo apasionante, si te ha gustado este artículo te recomendamos que eches un vistazo a nuestro curso Educando desde la Inteligencia Emocional y sigas leyendo este otro post del blog de BabyTribu: “La importancia de la Inteligencia Emocional en niños y adultos“.
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